Plegaria al Señor Jesús, del Rostro Sereno, Presente en el Santisimo Sacramento, desde el Corazón con Fe y Esperanza para la Paz

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Señor Jesús, hemos venido caminando contigo por las principales calles de nuestra ciudad y acompañados de tu Santísima Madre, desde Táriba. Con ello ratificamos que Tú caminas junto con tu pueblo por todas las sendas del Táchira y de Venezuela, de Colombia y del mundo. Nos sentimos acompañados como aquellos discípulos de Emaús y sentimos el ardor de tu amor y de tu Palabra en nuestros corazones: ahora te reconocemos en el fruto sacramental de la fracción del pan. Estamos ante ti, con fe y esperanza, llenos de la fuerza de tu amor y pidiendo por Venezuela, por nuestra región, por los hermanos de Colombia. Lo hacemos implorando de ti la gracia de la paz y de la sana convivencia.

Hoy, Señor, acudimos a ti para alabarte, para reconocerte como lo que eres, el único eterno Dios vivo y verdadero, para hacerte llegar nuestros clamores, los de tu pueblo, para llenarnos de la esperanza que nos da el sabernos protegidos por tus brazos amorosos, aquellos que contemplamos en tu hermosa imagen del Cristo de los Milagros de La Grita. Y, junto a ello, con gran confianza nos volvemos a colocar en tus manos para sentir cómo nos guías cual Buen Pastor preocupado siempre por sus ovejas.

Te alabamos y te bendecimos, Señor Dios hecho hombre: lo hacemos con la dulce melodía de nuestros bambucos y valses andinos; con el sabroso aroma de nuestro café, con la altivez de nuestras montañas; con la laboriosidad de nuestros agricultores y la firme voluntad de paz y de progreso de todos los tachirenses. Te reconocemos como lo que eres: el verdadero Señor de la historia, el Rey de reyes, el liberador único y auténtico que nos ha contagiado libertad y nos ha dado el inmenso regalo de ser hijos de tu Padre Dios. Te bendecimos con los pies humildes y decididos de los peregrinos que caminan hacia ti en La Grita y hacia Táriba donde nos conseguimos con María del Táchira, tu Madre y madre nuestra, la consoladora hermosa de nuestras vidas. Te cantamos con los corazones de nuestros niños y ancianos, jóvenes y adolescentes, hombres y mujeres, familias enteras, que entonan el cántico siempre nuevo de una fe grande. Te aclamamos con el compromiso de tantísimos laicos que están construyendo el reino de Dios, con la ternura de las religiosas en su dedicación a la gente, con el entusiasmo de tus sacerdotes que, configurados a Ti, hacen memoria viva de tu pascua liberadora, con la ilusión de nuestros seminaristas, promesa de futuro para nuestra región, con la dedicación de los catequistas educadores de la fe de tantos niños y adolescentes, con la perseverancia de esta Iglesia local de San Cristóbal, que en espíritu y verdad, proclama tu Evangelio, celebra tus misterios y se hace pueblo para caminar con todos los hombres y mujeres que viven en el Táchira.

En esa alabanza asumimos las bienaventuranzas como estilo de vida. Tú mismo nos has enseñado a ser tus discípulos. Es, además una herencia recibida de nuestros antepasados, con más de 4 siglos de presencia eclesial en estas hermosas tierras. Te sentimos como uno de los nuestros, porque lo eres, gracias al misterio de la encarnación. Como lo cantara el alma popular, podemos hablarte “así como te habla mi pueblo” Ciertamente “Tú eres el Dios de los pobres, el Dios humano y sencillo, el Dios que suda en la calle… Tú vas de la mano con mi gente” Te hemos visto, Señor, en las colas para comprar alimentos o tratando de pasar los puentes internacionales hacia Colombia; Tú comes los sabrosos pasteles andinos y pasas horas en las colas para echar gasolina; Tú eres el del rostro curtido del campesino que trabaja de sol a sol; el de las mejillas enrojecidas por el frío de nuestros páramos; el del sombrero y ruana de las altas montañas; el de la frente en alto de quienes sudan el calor de la zona norte y de los llanos tachirenses; el de los brazos abiertos de nuestra gente de frontera, solidaria con los migrantes y puente de fraternidad con los colombianos. Sí, Señor, Tú eres el Dios humanado que también tiene rostro de gocho, es decir de persona de esta tierra hermosa, cuna de libertades y puente de integración con las naciones del continente latinoamericano.

Te bendecimos y te alabamos. Con esa misma actitud, te damos gracias por habernos asociado a ti y porque te has hecho presente entre nosotros, como el Dios amigo y hermano. Gracias, Señor, pues nos has dado a conocer a tu Padre y su designio de amor; nos has entregado a tu Espíritu, Señor y dador de vida, y por tu presencia encarnada, para hacer posible que alcancemos la libertad de los hijos de Dios con tu Muerte y Resurrección. Creemos en ti, en el Padre y en el Espíritu Santo. Sabes que somos gente de fe, y queremos seguirlo siendo. Hoy te lo volvemos a decir: creemos. Cada uno puede decir Creo, con todo lo que ello significa y encierra. Es la fe de nuestros padres, es la fe fortalecida con nuestra Iglesia, es la fe que nos impulsa a reconocer a los demás como hermanos.

Por ti, podemos decir que CREEMOS EN DIOS PADRE, Creador de todo el universo, Y reconocer que, por tu acción salvífica somos hijos de Papá Dios. Con la Iglesia profesamos el Credo y hoy lo queremos traducir con palabras nuestras, inspiradas en el artista cantor de su pueblo: “Creo Señor firmemente que de tu pródiga mente todo este mundo nació. Que de tu mano de artista, de pintor primitivista la belleza floreció”… las estrellas y la luna, los ríos de nuestras llanuras y valles, las montañas frescas de nuestros páramos, el calor intenso de las zonas bajas, los hermosos cafetales y los variopintos campos sembrados de hortalizas y frutales. Lástima Señor Creador que haya quien quiera destruir la naturaleza sólo para enriquecimiento personal. Desde aquí escuchamos el escandaloso ruido del hacha criminal o de las máquinas que destruyen la Casa común con el justificativo de explotar minerales. Toca sus corazones para que se unan a la profesión de fe en ti, Creador.

Te reconocemos como Padre y nos da mucha alegría saber que somos tus hijos. Para ello, además, contamos con la fuerza y los dones del Espíritu Santo. Él es quien nos sostiene y nos permite decirle a Dios Padre “PAPÄ”. Porque contamos con Él, sabemos que crecemos en esperanza y podemos derrotar la oscuridad del pecado. Es la Luz que nos ilumina, la sabiduría que nos guía y quien nos ayuda a manifestar el temor de Dios. Con el Espíritu somos capaces de ser testigos del evangelio de la vida, a hacernos presentes en todos los sitios para edificar el reino de Dios, de justicia, paz, libertad y amor.

Creemos en el Espíritu de la santidad que nos ha acompañado siempre: el mismo que suscita vocaciones sacerdotales, religiosas y al compromiso evangelizador de los laicos. Es ese mismo Espíritu, en el que creemos, quien ha sostenido a nuestra Iglesia para ser fiel a su misión en todo tiempo en espíritu y verdad. Reconocemos tantísimos frutos de santidad producidos por el Espíritu Santo, como el de los siervos de Dios que esperamos ver pronto en la gloria de los altares. Creemos y nos dejamos guiar por el Espíritu de la Verdad.

Creemos en Ti, Hijo de Dios, encarnado y cercano como el Buen Pastor, servidor sufriente que en tu Cruz has cargado con las nuestras para convertirlas en ilusión de esperanza con tu Resurrección. “Eres luz de luz y verdadero unigénito de Dios, que para salvar al mundo en el vientre humilde y puro de María se encarnó. Creo que fuiste golpeado, con escarnio torturado y en la cruz martirizado”…para al tercer día resucitar y así convertirnos a todos en hombres nuevos. Creemos que estás en medio de nosotros por tu Palabra y la Eucaristía, por la Iglesia y sus sacramentos, en el rostro de cada uno de los seres humanos…que vives entre nosotros, en los caminos de esta tierra, en las familias de nuestra sociedad, en el pobre y en el rico, en el sano y el enfermo…Creemos en tu Resurrección, Dios humano. Queremos decir siempre como nos lo enseña el Apóstol Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Para ello sabemos que contamos con tu gracia.

Porque eres un Dios vivo creemos y sabemos que escuchas nuestros clamores: los de alegría y los de angustia. A veces podemos pensar que no nos escuchas, es verdad. Pero sabemos que siempre estarás con la disposición de oír como lo hiciste con Zaqueo, con el buen ladrón, la mujer pecadora, los discípulos… quienes se sintieron no sólo atendidos y escuchados, sino enriquecidos con tu salvación. Lo encontramos en tus palabras: “nadie te condena…Hoy la salvación ha entrado en esta casa… Hoy estarás conmigo en el paraíso… Vayan a anunciar el evangelio y hacer nuevos discípulos…” Sabemos que nos escuchas.

Señor como dice el escritor santo “presta oído a nuestras súplicas”. ¡Tú sabes bien lo que necesitamos pero quieres que te lo digamos! Como aquel pueblo que sufrió la esclavitud de Egipto, hoy debes pedirle al Padre Dios que escuche los clamores de justicia, paz y libertad, de dignificación y respeto a su condición humana, que eleva nuestro pueblo ante ti. Son clamores ciertos, no inventos ni medias verdades, tampoco son falsos positivos como suelen decir algunos: son los quejidos del alma popular desde la experiencia de cada uno de nosotros y de nuestros hermanos.

Tu pueblo clama por justicia: para que se le reconozca su dignidad tan rebajada por las burlas y escarnios de quienes se consideran superiores a los demás. Justicia para poder vivir en paz, la que nace de tu muerte y resurrección. Es el grito desgarrador de tantos enfermos, de toda edad y condición, que no consiguen insumos para curar su salud deteriorada. Sabes cómo hay miles de personas que no tienen cómo realizar la diálisis, los tratamientos oncológicos e intervenciones quirúrgicas de alto riesgo. Nos imaginamos cómo estarás viendo sufrir a tantos hermanos que quieren y necesitan pasar hacia Cúcuta para sus tratamientos en esa hermana ciudad, y que ahora deben aguantar, además del menosprecio, que quienes tienen dura cerviz terminen de abrir nuevamente los pasos fronterizos.

Señor, el pueblo clama por alimento, por tener lo necesario para subsistir en un país lleno de riquezas pero expoliado por quienes prefieren darse sus propios gustos o sostener un proyecto inhumano. Sabes cuántas familias se acuestan cada noche sin haberse alimentado dignamente. Sabes cómo muchos tratan de multiplicar el pan con las ollas comunitarias y la solidaridad fraterna… pero no alcanza para todos. Señor sacia el hambre de nuestro pueblo y toca el corazón de quienes  deben no sólo pedir y permitir la ayuda humanitaria, sino ser gestores de bienestar para nuestra gente. Señor, hay mucha gente desalentada porque no tienen lo necesario. Escucha el clamor de tu pueblo.

Señor, el pueblo pide y clama por respeto. Son muchos los que lo irrespetan: quienes se dedican al comercio de muerte de la droga, quienes han hecho de la corrupción su propio estilo de vida, quienes contrabandean, quienes especulan o “bachaquean”, quienes reprimen con violencia la protesta de nuestra gente; quienes en vez de tender puentes o los cierran o profundizan las brechas y barrancos existentes… ¡Qué dolor da ver a tantos jóvenes y familias que pasan por nuestras carreteras y ciudades hacia la frontera para migrar hacia otros países! ¡Qué duro es ver cómo llegan casi sin nada y hay mafias que les roban lo poquito que tienen! ¡Qué doloroso es ver a tantos hombres y mujeres por las carreteras de Colombia y Brasil caminando hacia destinos inciertos y con el único amparo de las Iglesias hermanas! ¡Qué rabia da ver asesinar a hermanos pemones y herir a tantos otros hermanos en las fronteras con Brasil y Colombia, y mientras quienes deberían estar por la Constitución defendiendo la dignidad de todos ellos, prefieren bailar como si nada estuviera pasando, y lo hacen burlándose y pisoteando el dolor de este pueblo!

Señor queremos hacernos eco de tantos clamores: el de los enfermos, el de tantas familias que sufren la lejanía de quienes se han ido, el de los familiares de militares y policías que también sufren pues son pueblo y ven a sus seres queridos alejados a causa de la situación que se vive, o que no entienden que deben estar al servicio de la gente y no de parcialidades políticas. Te presentamos la situación de tantos privados de libertad, algunos por motivos políticos, otros por faltas a la ley, otros por injusticias: te pedimos por ellos pues son hermanos nuestros. ¡Qué triste es ver cómo algunos de ellos han sido llevados a defender lo indefendible y a actuar en contra de la justicia clamada por la gente, y con la única justificación de un supuesto beneficio procesal! Esta oración, Señor Jesús, es el clamor de todo un pueblo que pide libertad, respeto y dignificación. Escucha nuestro clamor y danos la fuerza para poder ir adelante construyendo tu Reino de Justicia, paz y libertad. Sabemos que estamos en una tormenta, pero también sabemos que Tú estás en nuestra barca. ¿No crees, Señor, que ya es hora de que se acabe esta pesadilla y podamos sentir la frescura de la paz como la sintió Elías en el viento suave y sabroso de la presencia de tu Padre Dios?

Señor, como lo solemos cantar en los días de Navidad “somos gente de paz”; por tanto de esperanza. Ella está golpeada. Muchos la sienten resquebrajada, otros la han dejado de lado por la desilusión y la desolación. Hoy queremos pedirte que aumentes y fortalezcas nuestra esperanza. Hay quienes están destruyendo las expresiones sociales y comunitarias de esa esperanza. Ya te lo hemos indicado en los clamores de nuestro pueblo. Pero concédenos la gracia de no desfallecer. Con nuestra actitud de caridad y solidaridad en fraternidad, nos mostramos como gente de esperanza.

No se trata de una esperanza incierta que pone sus bases en proyectos o en promesas temporales. No es la esperanza en mesianismos: ¡ya estamos cansados de tantos mesianismos! Es la esperanza que nos viene de ti y está en nuestros corazones. Es la esperanza de quienes quieren de verdad edificar, no achantarse ni aguardar que otros vengan a solucionar nuestros problemas. Es la esperanza que se acrisola con el dolor y se endurece en la forja del sufrimiento, pero que no pierde el objetivo: sostener, caminar, mirar hacia el horizonte del reino de Dios.

Señor, muchas personas se han desalentado, entre otras cosas, porque no llegó la ayuda humanitaria….a ellos, contigo como inspirador les queremos decir desde esta plegaria que la verdadera ayuda humanitaria, que no puede ser frenada ni destruida con incendios ni detenida por nadie, es la nuestra. Señor ayúdanos a hacer sentir que somos nosotros la ayuda humanitaria, necesitada de otros tantos auxilios, es verdad: pero nuestro amor, nuestra solidaridad, lo que hacemos los unos por los otros y la tarea y lucha por la libertad y dignificación es la auténtica ayuda humanitaria que tiene Venezuela. Y sabemos que Tú estás con nosotros en esta misma tarea.

Señor, permite que con nuestro testimonio y compromiso, revitalicemos nuestra patria. No sólo hay que reedificarla en lo social, lo político y lo económico. Es urgente que se llene con los principios del evangelio para que todos, sin excepción, nos avoquemos a hacer lo que los primeros cristianos hacían: colocar todo en común para que nadie pase necesidad.

Una de las tareas urgentes, Señor, es la reconciliación. Con Pablo nos has hecho saber que la Iglesia tiene este ministerio como una tarea irrenunciable. Lamentablemente hay mucho odio y rabia, con deseos de revanchas y retaliaciones. Y no es fácil ante tantos vejámenes. Pero también te pedimos que nos des la gracia de actuar como el padre del hijo pródigo y como lo hiciste en la Cruz donde pediste el perdón al Padre por todos aquellos que no sabían lo que hacían. Perdón no es impunidad, ciertamente… pero libera de nosotros el odio que será más destructor que las miserias que estamos viviendo.

En ti ponemos nuestra esperanza. Te pedimos toques el corazón de quienes tienen la responsabilidad de los cambios que se requieren en nuestra nación. Ellos necesitan de tu luz. Que se aleje la maldad y la prepotencia, que quienes buscan los cambios no se dejen llevar por el ansia de poder o de riquezas… Que todos se sientan pueblo y se solidaricen con él. Sabemos que tienes tus formas de hacerlo. Toca el corazón de quienes están haciendo el mal, asesinando, promoviendo el menosprecio de la dignidad humana… toca el corazón de quienes se dedican a aprovecharse de la situación para enriquecerse, especular, corromper a tantos jóvenes y adolescentes… Toca el corazón de cada uno de nosotros para que no dejemos de ser fieles a tu mandato de amor y al compromiso de anunciar tu Palabra y construir tu Reino.

Señor hoy hemos caminado de manera pública contigo. Lo hacemos día a día. Sabemos que también Tú lo haces. Queremos terminar esta plegaria, nacida desde el corazón, haciéndote saber nuevamente que cuentas con nosotros. Aún en medio de las crisis y dificultades, con nuestras limitaciones, esta Iglesia y este pueblo del Táchira no sólo quieren la libertad de los hijos de Dios, la justicia y la paz del reino de salvación, sino que están prestos a continuar siendo lo que han sido: servidores en el amor y testimonio vivo de fe, esperanza y caridad.

Hemos acudido a ti, acompañados de María del Táchira, tu madre, madre nuestra de la Consolación. Sentimos su maternal protección e intercesión. Hemos acudido a ti, el Cristo del rostro sereno, sacramentado y presente en medio de nosotros. Nos sentimos fortalecidos con tu gracia y tu cercanía. Te sentimos en medio de nosotros. A ti, Señor Jesús, al Padre y al Espíritu Santo, sabedores de que seremos escuchados, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.